Viaje por el Tíbet en septiembre del 2010
¿Qué es lo que vas a encontrar en este artículo?
@ Fotos y relato de viaje enviado por Antonio Panadero, podéis ver mucho más de él en http://www.flickr.com/photos/tonipanadero/
Nuestra estancia en el Estado Autónomo del Tíbet consistió en una escala de cinco días que era parte de un viaje más amplio que hicimos varias personas por China durante casi dos meses. El grupo lo formamos cinco amigos, que tras la visita al Tíbet y varios días en Lijiang, nos separamos en Yangshuo, mi mujer y yo seguíamos hasta Macao, Hong Kong y Shanghai, mientras que el resto se volvía para España.
Antes de volar a China preperamos un itinerario desde casa con el recorrido que queríamos hacer, recopilando información de guías, revistas especializadas y por supuesto de internet. Organizamos todo por nuestra propia cuenta, había que reservar previamente los hoteles de casi todas las ciudades (http://memarchodeviaje.com) y los vuelos internos cuyas fechas marcarían los días de llegada y salida, incluído el de ida y vuelta a Lhasa, capital del Tíbet. Era una visita corta pero con unos largos trámites burocráticos. En primer lugar pedimos los visados a la embajada china en Madrid, y a continuación un permiso de entrada que es de obligatorio cumplimiento para poder volar al Tíbet. Durante muchos años ha estado prohibida la entrada de occidentales por el conflicto político que existe en la zona, así que decidimos aprovechar la apertura que hizo el gobierno chino recientemente, aunque ello aumentara de forma considerable el presupuesto económico del viaje. No obstante antes de ir hasta allí, hay que asegurarse de que la situación no haya cambiado. Tanto a finales del 2010 como en la actualidad el gobierno chino intenta impedir que nadie viaje por su cuenta al Tíbet.// //
Para conseguir el permiso tuvimos que pagar un tour, porque nadie te lo consigue si no contratas con ellos, sin tour contratado con itinerario definido no hay permiso. Obtenerlo no resultó demasiado difícil, sólo hubo que dar una serie de datos, fechas y pagar por un paquete turístico a una agencia de viajes. Nos decidimos por uno que entre otras cosas no incluía ni comidas ni cenas, así podíamos andar libremente por Lhasa y comer o cenar donde quisiéramos. Contratamos con Sims Cozy Travel un paquete por unos 800 USD por persona para cinco días que incluía: transporte, guía, conductor, jeep y alojamiento con desayuno.
Depende de las necesidades de cada uno contratas más o menos servicios con la agencia para de esta forma ahorrar costes, por ejemplo si sólo vas a visitar Lhasa no necesitas jeep, sólo guía, porque además de que es obligatoria la contratación, sólo puedes acceder a los templos si vas acompañado de uno de ellos.
Normalmente son tibetanos locales con un nivel medio de inglés, que obtienen de esta forma ingresos económicos. Una vez contratado todo el paquete, la agencia te envía un correo electrónico con todo el itinerario detallado y con las cosas que incluye o no el servicio. Ya teníamos el TTB (Tibet Entry Permit) para poder entrar al Tíbet.
La reserva de los vuelos según nuestras previsiones de viaje lo gestionó también la agencia. El vuelo de ida (3 horas) era desde Xian, escala Chengdu, y costaba 200 USD por persona, mientras que el vuelo de salida era a Lijiang y costaba 235 USD con descuento incluído según el correo que nos remitieron. Hay múltiples compañías aéreas de bajo coste en China (Sichuan Airlines, China Eastern Airlines, China Western Airlines, entre otras), nosotros volamos con Air China.
Resulta obvio que viajar al Tíbet no sale barato, para estar cinco días habíamos pagado ya mil euros sin haber salido todavía de Valencia. Habría que incluir además gastos de comidas, cenas, propinas,etc. Reservamos un paquete básico, nuestro interés principal era conocer la gente y la cultura tibetana, su religión, ver la antigua residencia del Dalai Lama y en definitiva observar la vida de los tibetanos.
Descartamos contratar trekkings por la cordillera del Himalaya, conocer poblaciones más remotas o ir al campo base del Everest como hacen otros viajeros por cuestiones prácticas de tiempo, nuestro viaje era por toda China y no sólo a la región del Tíbet.
Además las prioridades personales del grupo tampoco se inclinaban hacia este tipo de actividades respecto al viaje. No obstante la impresionante naturaleza del Tíbet es inseparable de su cultura y su religión, contratamos alguna excursión de un solo día para ver lagos, montañas, yaks,etc…
El hecho de no poder viajar por tu cuenta emborrona la imagen espiritual y mística que todos tenemos en mayor o menor medida del Tíbet por su historia y por las referencias culturales que nos lo muestran como un lugar semisagrado. No obstante no nos hizo perder la ilusión ni desistir del viaje, merecía la pena hacer el esfuerzo añadido.
El mejor momento para visitar el Tíbet en mi opinión es entre mediados de septiembre y de octubre. El clima es suave teniendo en cuenta a la altura que nos encontramos, y no hace demasiado frío ni demasiado calor, el cielo esta despejado, limpio, soleado y permite ver la cordilleras de montañas del Himalaya.
VUELO A LHASA
Tras unos 45min. en una minivan llegamos al aeropuerto de Xian a las 08.00 de la mañana. Tras enseñar el pasaporte en la cola de facturación de equipaje y decir que nuestro destino era Lhasa, dos policias nos separan a una cola distinta, nos reclaman los pasaportes y el permiso de entrada. Tras revisarlo todo tres veces y una más por si acaso rellenamos un documento con preguntas cómo profesión, motivos del viaje, hotel donde nos alojamos, etc…revisan el equipaje y se aseguran de que no somos un equipo de periodistas europeos de incógnito que intenten grabar un reportaje clandestino sobre el Tíbet.
Preguntan si llevamos cámaras profesionales de grabación, en este momento me alegro haber rellenado el formulario con una profesión falsa (auxiliar administrativo), y no como periodista que trabaja para una cadena de tv española, y así evitar posibles problemas burocráticos. A continuación un policia me pide que lo acompañe a un despacho anexo para firmar un documento de responsabilidad del grupo y en el que asegurabas no tener intenciones políticas o periodísticas en tu viaje al Tíbet. Por fín después de casi media hora nos devuelven el permiso de entrada y accedemos a la sala de espera del vuelo. Estamos todos algo emocionados y ansiosos, en unas horas estaremos en Lhasa.
El vuelo sale en hora, transcurre tranquilo, tras la tensión del aeropuerto todos duermen menos yo, desde mi asiento de ventanilla hay unas vistas espectaculares de la cordillera del Himalaya, se puede apreciar perfectamente las lenguas de los glaciares y los lagos que salpican las laderas de las montañas vacías de vegetación. En esta ruta aérea no pasamos cerca del Everest, sin embargo unos meses más tarde en un vuelo emtre Nueva Delhi y Katmandú (Nepal) tuve la suerte de verlo e incluso hacerle alguna foto.
Hasta septiembre del 2013 el aeropuerto de Gonggar en Lhasa era la única forma de entrada via aérea al Tíbet, recientemente páginas de viajes publicaron que se ha inagurado el aeropuerto de Changdu Bangda, situado a 4.411 metros de altitud, el aeropuerto a mayor altitud del mundo. Se encuentra en la provincia tibetana de Sichuan y los vuelos salen de Chengdu, al igual que si vuelas a Lhasa. Esta nueva ruta abre nuevas posibilidades en futuros viajes al Tíbet.
LLEGADA A LHASA
A la salida del aeropuerto de Gonggar nuestro guía para el Tíbet estaba esperándonos con cartel en mano, tras los saludos iniciales nos acompañó hasta la minivan para presentarnos al conductor. Ambos eran tibetanos locales, como casi siempre el conductor no sabe nada de inglés y se limita sólo a llevar el volante. Presentaban la imagen típica, delgados, bajitos, de pelo negro y piel oscurecida por el intenso sol. Casi todos parecen bastante más viejos de lo que realmente son debido a las profundas arrugas y los rostros cuarteados por el sol. El guía nos dijo que se llamaba Norbu, vestía con secillez, pantalones de tela oscuros, zapatos negros polvorientos, camisa blanca y chaleco rojo de algodón. De aspecto formal pero imagen pobre.
Cargaron las maletas en la furgoneta y a continuación nos dieron la bienvenida con una ceremonia estilo tibetano poniéndonos a cada uno la Khata. Norbu nos explicó durante el trayecto al hotel que la Khata es una bufanda tradicional típica de la cultura tibetana, que simboliza la pureza y la compasión, aunque en nuestro caso en concreto representaba el principio de nuestra relación o amistad con él. Están hechas de seda y son de color blanco para mostrar el corazón puro del que la ofrece. Mientras te la ponen al cuello dicen la expresión Tashi Delek (buena suerte). No dejaremos de verlas en muchos sitios durante los próximos días en el Tíbet. Es el equivalente al Aloha y el collar de flores de Hawai.
El aeropuerto se encuentra a unos 70 km de Lhasa, teníamos casi una hora de coche hasta llegar al hotel. Por el camino Norbu empezó a darnos una serie de consejos para nuestra permanencia en el Tíbet que debíamos cumplir. Aunque su inglés era bastante correcto, el acento que tenía nos hacía muy díficil mantener una conversación fluída con él, algunas cosas tenía que repetirlas varias veces y entre todos intentábamos traducirlas, otras veces directamente sonreíamos sin tener ni idea de lo que nos había dicho. De todas formas quedó muy claro que nada de fotos a los policias y militares chinos en Lhasa, y no era broma. Podían hasta quitarnos la cámara.
En el resto de China no suele haber ningún problema en fotografiar policias o soldados de guardia en los principales monumentos turísticos del país, yo mismo había hecho varias en los alrededores de la Ciudad Prohibida en Beijing, pero esta advertencia nos hizo darnos cuenta que aquí la situación era muy distinta. Tras coger confianza con nosotros, nos denunció la invasión social y cultural que el gobierno chino lleva a cabo contra su pueblo, la transformación que está convirtiendo Lhasa en otra ciudad china más, idéntica al resto, de edificios grises y monótonos, gracias a una política expansionista que fomenta la inmigración interna del resto de provincias chinas, intentando acabar con el referente universal del budismo, con el rasgo peculiar, propio de este país y de sus gentes.
También nos aconsejo sobre el mal de altura, Lhasa está a 3.500m de altura, y al llegar por avión no hay una aclimatación progresiva como si llegas por tren. Te aconsejan que el primer día no hagas esfuerzos, que no te duches hasta el día siguiente, la fatiga suele ser mayor, es bueno hidratarse, y mejor si es con agua. Algunos sufren de un prolongado dolor de cabeza, yo solamente noté cierta taquicardia o sensación de algo de falta de aire al tumbarme en la cama la primera noche, después de eso los días restantes fueron absolutamente normales.
Tras un rato de conversación sobre clima y otras cuestiones más triviales nos detalló el plan para ese día y el siguiente. Teníamos la tarde libre una vez alojados, para conocer Lhasa e irnos aclimatando a la altura. Al día siguiente tras el desayuno en el hotel nos recogería para hacer la excursión contratada al lago Yamdork.
Durante el trayecto en la furgoneta nos sorprendió un paisaje muy árido, con escasa vegetación, sólo algun chopo al lado del río Yearlong Tsangpo que bordea gran parte de la carretera. Montañas desiertas sin árboles, algunas con nieve en las cimas. El cielo de un color azul intenso, sin ninguna nube. Atravesamos muy pocas poblaciones, solamente casetas solitarias hechas de ladrillo gris, muchas sin pintar, otras pintadas en blanco, sin acabado, de un solo piso, sin ningúna concesión a lo estético o al adorno más allá de las omnipresentes Lung ta o banderas de plegarias tibetanas.
Los carreteras en general están en buen estado, sobre todo comparado con países cercanos como Nepal, pero la conducción es algo temeraria como en casi toda Asia. Adelantamientos arriesgados sin visibilidad completa o en las curvas, o tres vehículos a la vez en la calzada, el que adelanta, el adelantado y el que viene en sentido contrario, camiones y autobuses entre ellos. Sin embargo hay bastante respeto por los límites de velocidad por temor a las multas, lo que hace que no vayan muy rápido. A la entrada de la ciudad un control policial obliga a pasar muy despacio, los militares chinos nos dejan pasar sin ninguna complicación tras realizar un chequeo visual desde fuera a los ocupantes del coche.
Llegamos al Lhasa Kangdro Hotel (Raosai First Lane-Raosai Yi Xiang), está ubicado en la parte tibetana de Lhasa, en la ciudad antigua, a cinco minutos a pie de la calle Backhor y del templo Johkang, punto neurálgico de Lhasa, y principal centro del budismo tibetano. Nuestro hotel tiene tres pisos y está decorado al estilo tibetano. Según la agencia es de tres estrellas, debe ser baremado según calidad tibetana, pero aunque austero es limpio y bonito. El personal está compuesto por dos o tres tibetanos locales con dominio de inglés y mucha amabilidad y simpatía. Subimos las maletas a las habitaciones en varias veces y de manera pausada, hay baño privado y agua caliente en cada habitación y la decoración en colores rojos y anaranjados, con budas, flores y toda la iconografía budista es fantástica.
Hicimos el check-in y nos dieron unos tazones de té de bienvenida. La elección del hotel en Lhasa es fundamental, la parte oeste de la capital se parece a todas las ciudades chinas que habíamos visto antes, con una arquitectura de bloques idénticos de hormigón y tiendas y sin ninguna gracia en absoluto. Sin embargo en el centro se respira el ambiente de ciudad antigüa, está cerrado al tráfico rodado, y tienes los principales templos a distancia de ir caminando, es sin duda la mejor opción posible. Existe una amplia oferta de este tipo de hoteles tibetanos, todos muy similares en precio y estética en esta zona de la ciudad.
Nos despedimos del guía hasta el día siguiente a las 09.00 de la mañana y salimos del hotel hacia Backhor street. Hemos tenido suerte con Norbu, no tiene ningún interés en acompañarnos por la ciudad, sólo estará con nosotros en las excursiones y en las visitas a los templos, así que podemos ir a nuestro aire mientras no salgamos de Lhasa. El centro de la ciudad se mantiene intacto a pesar del avance de la arquitectura gubernamental china, esta compuesto por calles estrechas con arquitectura tibetana que forman un gran mercadillo en el que se puede comprar fruta, carne, casi de todo. Son puestos callejeros, a veces no más que una carreta. Puedes observar la gente y la cultura tradicional tibetana. El olor a mantequilla de Yak es muy intenso, lo impregna todo y tardas un rato en acostumbrarte a él. Los cables de la luz y teléfono se arremolinan alrededor de los postes y las farolas.
Compramos unos plátanos a una mujer tibetana, que todavía utiliza las balanzas manuales antiguas para pesarlos. Las piezas de carne de buey y de yak están expuestas sin ningún tipo de medida sanitaria, encima de una madera que hace de improvisado mostrador, y sin ninguna refrigeración. La mayoría de las mujeres con las que nos cruzamos llevan sombrero para protegerse del sol y una mascarilla en la boca, que no conseguí averiguar para qué se la ponían. Tienen un vestir austero, con prendas oscuras, pero siempre con algunos elementos de un color intenso, casi siempre rojo, la piel arrugadísima de los mayores contrasta con la piel tersa y rosada de los más pequeños, las miradas son muy profundas y los gestos sinceros, o al menos esa fue nuestra primera percepción.
Tras andar cinco minutos accedemos a Backhor street por un callejón. La imagen nos deja impactados a todos, de repente estamos en medio del epicentro religioso tibetano, cientos de devotos peregrinos caminan en el sentido de las agujas del reloj por la periferia exterior del Templo de Johkang mientras giran su Rueda de la Oración. Al día siguiente Norbu nos contó que deben de dar tres vueltas al templo antes de entrar, muchos vienen caminando desde regiones lejanas y muy remotas del Tibet, además muchos hacen el camino hasta aquí postrándose en el suelo en plegaria cada tres pasos. Algunos de ellos caminan en sentido horario desde el amanecer hasta la oscuridad.
Rodean el Templo de Johkang, van orando mientras caminan ajenos completamente a los occidentales que los observamos asombrados, después de unos diez minutos en shock decidimos dar una vuelta al templo (en la misma dirección) y empezamos a hacer algunas fotos. Hay peregrinos de todas las edades, ancianos con la barba blanca y afilada, con un palo como bastón y túnica anaranjada, que parecen haber salido de alguna serie de tv , mujeres con niños en brazos, algunos descalzos. Nos detenemos al igual que ellos delante del templo de Johkang para ver como se tumban en el suelo a hacer sus plegarias. El ambiente tiene una extraña fuerza de magnetismo espiritual, la actitud reverencial de los peregrinos frente al templo mientras comienza a anochecer crea un momento intenso.
Toda esta magia se rompe cuando empezamos a darnos cuenta de que casi todas las azoteas de las casas están tomadas por puestos militares chinos en actitud bélica, con la armas en mano y una tensión evidente. La atenta y amenazadora mirada militar del ejército chino está presente en todos los lugares de Lhasa. Patrullas de cuatro o cinco soldados patean las calles o hacen el cambio de guardia siguiendo el protocolo de contraseñas, algo muy indicativo de que para el gobierno chino esto es una zona prebélica. Esto contrasta radicalmente con los devotos tibetanos que deambulan alrededor de Backhor street. En ese momento fuimos conscientes de la política represiva y de repoblación que Beijing lleva a cabo en esta zona del planeta.
Los peregrinos no cesan de girar sus Ruedas de las Oraciones, este tubo de metal dorado es un objeto sagrado para el budismo tibetano. Lleva montada en la parte de arriba sobre una vara un rollo de papel en el que está escrito un mantra, al hacerlo girar en el sentido de las agujas del reloj es como si estuvieran recitando el mantra. También vemos que hay muchos monjes budistas haciendo los giros alrededor del templo. Damos una vuelta por la explanada en la que se transforma la Backhor street en frente del templo. Hay dos o tres grandes hornos o quemadores de donde sale humo continuamente por la quema de incienso como forma de plegaria, vemos muchos peregrinos rezando junto a las banderas, hay una gran aglomeración de gente, unos grandes mástiles de madera de más de 15 metros coronados con unas telas con los colores del Tíbet sobresalen en el cielo de la plaza. Las casas son todas iguales, de una o dos alturas, pintadas de blanco con un remate rojo en el techo y las telas de adorno en las ventanas con los colores de siempre. Todas tienen una rama en el techo con banderas de colores con los textos sagrados budistas.
Tras un rato buscamos un sitio para cenar, en una esquina de la plaza Backhor vemos el New Mandala restaurant, un restaurante de dos pisos, y una terraza con toldo con muy buenas vistas sobre la plaza y el templo Johkang al fondo. Es un restaurante nepalí al que se entra por una pequeña puerta lateral, subes las escaleras, el restaurante está en el segundo piso, el interior está decorado con murales de mandalas. No encontramos sitio en la terraza, nos sentamos en una mesa en el interior. Echamos un vistazo al menú en inglés. Se nota que es un restaurante popular entre turistas, hay bastante gente, alguno de ellos locales. Tras un rápido vistazo te das cuenta de que el New Mandala es el típico restaurante asiático con gran variedad de platos, cocina india, nepalí, china, tibetana, platos internacionales, de raciones generosas y precios populares al cambio para los turistas. De servicio amable pero despistado y algo desorganizado, continuamente hay chicas subiendo y bajando las escaleras con bandejas llenas de platos, en general hay un poco de falta de higiene desde la perspectiva occidental y unos baños como casi siempre desastrosos.
Nos decidimos por compartir todos los platos, pedimos yak al curry con arroz blanco, pollo masala, mucho nan, curry de verduras y dumplings. Vemos una botella de vino blanco en el expositor y decidimos pedirla, primero se lo decimos a una chica que nos mira sorprendida, habla con alguien detrás de la barra y nos enseña la botella, le pedimos una igual pero fresca y nos dice que no puede ser, que es la única que tiene, le pedimos entonces una cubitera con hielo, se marcha y al minuto viene una tercera chica distinta y nos dice que no nos la puede vender por qué está de adorno o de exposición, o algo así creemos entender, al final pedimos unas cervezas para todos. La comida está razonablemente buena, sin grandes alardes, pero correcta. De seis a doce euros de media suele ser el precio de este tipo de restaurantes. Nos tomamos un té y nos vamos caminando hacia el hotel, mirando arriba para buscar estrellas en un cielo despejado y con poca contaminación, las calles están vacías y silenciosas, no es muy tarde, quizás las nueve de la noche. Agotados por todo el día nos vamos a la cama.
LAGO YAMDORK
Nos levantamos y 24 horas después por fin podemos volver a ducharnos. Bajamos a desayunar y Norbu ya está esperándonos, el desayuno es europeo, a base de huevos, patatas, tostadas y café o té.
Salimos de Lhasa en una minivan, a la salida de la ciudad, tras pasar por delante del Palacio de Potala, en Jiangsu Road tenemos casi que parar para esquivar unas vacas que andan a sus anchas por la calzada. Salimos de la ciudad, nada más cruzar el puente del río, nos llama la atención unas escaleras pintadas en las paredes de roca de las montañas, parece que es un símbolo del ascenso espiritual al que deben entregarse los budistas tibetanos. Más adelante paramos junto a unas lung ta o Banderas de Plegaria, que son esos trozos rectangulares de tela de colores, que a menudo se encuentran en pasos montañosos y picos del Himalaya. Estaban en un pequeño montículo al lado de la carretera con varios tibetanos vendiendo recuerdos y fruta. Nos hacemos unas fotos y seguimos camino hacia el lago. A la hora de viaje al preguntar por algún servicio el guía nos señala sonriente toda la extensión de naturaleza que tenemos delante de nosotros, bajamos todos los hombres, mala suerte para las chicas.
Casi dos horas después de salir del hotel llegamos al lago Yamdork, para llegar hasta aquí hay que subir una carretera en buen estado aunque algo estrecha, que va serpenteando por las laderas de las montañas.
El lago es bastante amplio, se encuentra casi a 5.000 m de altura, el agua es de un color azul turquesa y refleja las nubes como si de un espejo se tratase. Es uno de los tres lagos sagrados del Tíbet, es considerado como un Dios por los tibetanos. Al otro lado del lago se ve un pequeño poblado de tres o cuatro casas sobre la ladera de la montaña. Bajamos y enseguida se acercan dos o tres niñas intentando vendernos agua o algún refresco. Esto es algo habitual en los sitios donde aparecen los turistas, pero en absoluto son agresivos, o muy pesados, como es el caso de sus compatriotas chinos, de hecho en Lhasa nadie te aborda para que le compres nada, están en sus tenderetes y cuando tú te interesas por algo ya establecen contacto contigo.
Hay un par de familias, y dos o tres de casetas, bastantes yaks tumbados en la orilla, algún mastín tibetano y muchas Banderas de Plegarias. Te ofrecen un paseo en barcaza o hacerte fotos con ellos, o con cabritillas que usan las niñas como mascotas. Nos hicimos las fotos típicas a lomos de un yak, hubo un mal entendido con el precio, la discusión fue a mayores, no por el precio sino por la actitud del dueño de los animales, tras una agria discusión, él no cobro el dinero que esperaba y yo creo que me lleve un escupitajo en la espalda. No obstante es una anécdota, la inmensa mayoría de la gente es infinitamente simpática y amable.
Tras un trekking de una hora y media por la zona del lago volvimos a Lhasa. Llegamos a mitad tarde y nos despedimos de Norbu y del conductor hasta el día siguiente. Intentamos darles una propina por la excursión, pero insistieron en que si queríamos darles algo fuera al final del viaje, el último día. Salimos a dar una vuelta por la ciudad. Al este de los callejones del casco antiguo encuentras el barrio musulmán de Lhasa, en un par de calles ha desaparecido el olor a mantequilla de yak, los rostros son distintos, sin rasgos tibetanos tan marcados, hombres y mujeres visten según costumbre musulmana, tienen sus mercados y negocios propios, no parecen vivir del turismo, ni tener ninguna relación con el resto de la ciudad, vemos mujeres trabajando con sus máquinas de coser en plena calle, carnicerías (o lo más parecido posible) y hasta la espera de los padres a la salida del colegio de los niños, como en cualquier ciudad del mundo.
Vamos a la parte nueva de la ciudad, la calle Beijing Dong Lu delimita la zona antigua por el norte de Lhasa, esta calle está abierta al tráfico y hay bastante ruido de los claxones del sinfín de motocicletas que no paran de pasar. El ambiente devoto y ceremonial de la los alrededores de Backhor desaparece rápidamente. Aquí vimos turistas, gente local, chinos de otras provincias, algún monje budista llevado en triciclo, madres con los niños en brazos yendo o viniendo de la compra. Nos llamó mucho la atención el hecho de que los pantalones que llevan los bebes o niños todavía pequeños tienen una raja o abertura de arriba a abajo en la zona de mitad del culo, cuando tienen una necesidad, las madres los depositan en cuclillas en el suelo, la apertura se hace ancha dejando caer todo hasta el suelo, cuando acaban, arriba y siguen marcha. Sin duda los pañales están subestimados en toda China.
Beijing Dong Lu está repleta de comercios y bares de estilo occidental, Entramos en el Dunya balcony & bar, restaurante en el primer piso, tiene una magnífica terraza en el pub del piso superior. Nos tomamos unos cafés enormes en la terraza con vistas a la calle disfrutando del descanso. Después entramos en otro local de una callejuela adyacente con un patio interior estupendo, nos quedamos hasta el anochecer tomando unos gintonics. De vuelta al hotel paseando tranquilamente, en un callejón vemos como estiran unos hilos de lana de más de 20 metros, increíble todo lo que hacen con maquinaria o herramientas rudimentarias muy antiguas. Agotados llegamos al hotel con ganas de dormir, pero están haciendo el gran premio de F1 de Singapur por la tv china y nos quedamos en una habitación todos a ver como gana Alonso.
VISITA AL TEMPLO JOHKANG
Salimos a pie del hotel, en cinco minutos llegamos a la Backhor street, nos acercamos al templo con Norbu, simpático y servicial como siempre empieza a contarnos cosas como que es patrimonio cultural de la Unesco, cuando fue construido, etc… Los alrededores son el lugar de concurrencia de comerciantes, en Backhor street hay todo un mercadillo ambulante en las aceras y detrás de estos puestos hay más tiendas. Su trazado circular, rodeando el templo de Johkang, la convierte en el punto de reunión por excelencia de la ciudad, se juntan budistas devotos realizando ritos religiosos para cumplir sus deseos, vendedores de artesanías étnicas y gente que cumple las costumbres tibetanas ancestrales.
Religión, cultura, economía y tradición se ecruzan en esta calle que es a la vez mercado y lugar santo de oración. Una mezcla curiosa. Se venden mascaras, cinturones, zapatos, bisutería, ropa, cuchillos, monedas, reliquias de la iconografía budista y artesanía en general. Por la noche se transforma en un mercado nocturno, se encienden las luces, se ofrece comida y puedes ver los últimos peregrinos del día, y las últimas tiendas en cerrar que apuran los clientes.
Hacemos la cola mientras Norbu nos consigue las entradas, tibetanos de todas las edades venidos de todo el país, se concentran alrededor de la entrada para rezar, inclinando su cuerpo una y otra vez, susurrando continuamente el mantra Om Maní Padme Hum (“La joya en el loto” mantra budistas que purifica el orgullo, la envidia y el odio) mientras giran su Rueda de Oración. Una vez más fuimos testigos del fervor religioso extraordinario que lo domina todo en el Tíbet.
El templo de Johkang tiene 4 pisos con una espléndida fachada de la que cuelgan grandes telas con símbolos tibetanos. Encima de las telas en el tejado pintado de rojo se puede ver la figura de dos grandes ciervos dorados que representan al hombre y a la mujer, y en el centro una gran rueda de Dharma. Ambos son elementos característicos de los templos budistas, presidiendo las entradas independientemente del país donde se encuentren, Tíbet, Nepal, Bután, India, etc…
Al entrar Norbu nos señala que hay una ceremonia de monjes que se lleva a cabo en determinadas ocasiones, y que somos muy afortunados de poder presenciarlo. Nos indica que hay que permanecer en silencio y que no están permitidas las fotos durante la ceremonia. Hemos accedido rápido al templo por la cola de turistas, la fila de peregrinos es un enjambre comparado con la nuestra, unos monjes regulan el acceso de los peregrinos, que literalmente se abarrotan pegados junto a las paredes internas del templo para depositar los presentes y realizar sus plegarias a las innumerables imágenes de buda acristaladas que hay en el interior. En todos los templos y monasterios tibetanos, los peregrinos dejan ofrendas como la mantequilla de yak en grandes cuencos con unas mechas encendidas, también depositan billetes a los pies de cada una de las estatuas de los diferentes Budas y en ocasiones telas blancas o incluso cerveza.
En el centro de la estancia hay sentados en fila sobre el suelo cuarenta o cincuenta monjes de la secta del sombrero amarillo (esos sombreros gigantes con una especia de felpudo arriba muy reconocibles) que hacen sonar unas trompetas tibetanas, una especie de cuerno de cobre de varios metros de longitud. Se compone de varias piezas que encajan entre sí. Mientras murmuran continuamente el mantra, los peregrinos depositan dinero delante de cada uno de los monjes. El sonido que producen suena grave, profundo, casi se puede sentir en la piel. La decoración interior es rica en dorados y elementos ornamentales. El color rojo es la base para infinidad de imágenes y detalles florales. Las paredes del templo son una sucesión de capillas, salas y diversos sagrarios.
Pasamos a un patio interior al descubierto, subimos a la azotea, la vista desde el tejado es impresionante, se puede ver toda la plaza Backhor con los peregrinos en constante movimiento, con el Palacio Potala al fondo y más allá las montañas que rodean Lhasa. Destacan los remates dorados a lo largo de toda la cubierta del templo. En el tejado hay Banderas de Oración y grandes pináculos dorados con mantras escritos. También llama la atención todas las figuras doradas en forma de budas y dragones que rodean los tejados.
La visita al Templo ha sido una gran experiencia, se nos ha pasado la mañana volando y decidimos ir a comer, nos despedimos de Norbu a la salida y quedamos para el día siguiente para la visita al Palacio de Potala. Comemos en un restaurante cercano a la parte trasera del templo, tiene una estructura similar a casi todos los restaurantes de Lhasa, una entrada estrecha, escaleras de acceso y varios pisos coronados por una terraza. Nos sentamos en una mesa desde la que se puede ver como los peregrinos giran rodeando Johkang, los clientes somos todos turistas, la camarera es servicial y bastante joven y guapa, pedimos varios platos para compartir entre todos (dumplings, pollo al curry, verduritas picantes y cerveza). Comimos e hicimos una larga sobremesa con el café, después fuimos al hotel a descansar, y quizás una siesta. Más tarde volvimos a dar una vuelta por la ciudad para ver el atardecer, compramos algo de fruta en un puesto callejero para cenar en la habitación y volvimos al hotel.
EL PALACIO DE POTALA
Nos levantamos a las 07.00 de la mañana, Narbu nos recoge en la minivan tras desayunar y nos acercamos al Palacio de Potala. Tras dejarnos en la puerta, se va con el chófer a recoger a unos turistas rusos a otro hotel. Es bastante temprano y aunque el día es soleado, hace algo de fresco. Hay que llegar al templo antes de que abra las puertas, además hay que reservar la entrada y estar en la lista de acceso, cosa que hizo el guía. Es importante estar temprano porqué sólo abre dos horas al día por la mañana. Creo recordar que la entrada costaba unos diez euros.
Situado en la Montaña Roja, en el centro de la calle Beijing East Road, impresiona elevar la mirada sobre este palacio a la entrada, parece un inmenso castillo amurallado de dos colores. Una fortaleza compacta símbolo de la nación tibetana. Es sin duda el elemento dominante de Lhasa, preside la ciudad desde el monte Potakala, es lo primero que te impresiona, lo que acapara las primeras miradas en la ciudad. Norbu nos cuenta por el camino hasta la puerta interior de acceso que fue la residencia oficial del Dalai Lama hasta la ocupación china, que lo obligó a huir a la India. Sentimos que la actitud de Norbu es de completa reverencia y respeto ya desde la misma entrada. La principal característica del templo son sus increíbles dimensiones, casi 120 metros de alto y 13 pisos, y por supuesto los dos colores que lo componen: el Palacio Rojo y el Palacio Blanco. El interior está bastante oscuro, hay múltiples estancias muchas de ellas cerradas o de acceso prohibido. Sólo se pueden hacer fotos en los patios interiores al descubierto, ninguna en el interior.
La decoración es muy recargada y el aire, es denso con olores fuertes a incienso, mantequilla y cerveza que se utiliza para las ofrendas a algunos Budas. Norbu nos intenta explicar con mucho detalle todo el funcionamiento del templo. Nos nombra los innumerables dioses o Budas y sus funciones, los lugares sagrados por los que vamos pasando, explicándonos cada estancia y el significado de todo lo que vamos viendo, pero su acento impide que lo entendamos mínimamente, consigue exasperarnos y aunque tiene muy buena intención y lo repite todo varias veces, al final optamos por renunciar a sus explicaciones, pedirle que se callara y poder disfrutar de todo lo que estábamos viendo. Si ya sería bastante difícil asimilar tal cantidad de información en tan breve tiempo en tu propio idioma, imagina sin entender nada de lo que te están contando. Hay Budas inmensos de varios metros de altura, todos de oro, repartidos en multitud de estancias. El Palacio Potala, como el resto de los lugares principales de peregrinaje tibetanos, está bien surtido de riquezas, su presencia detrás de las urnas acristaladas es evidente y no acabamos de entender el contraste entre todas estas riquezas y la miseria y la pobreza de la gente devota tibetana.
Parece ser que el dinero es absolutamente necesario para que se pueda mantener el sistema religioso tibetano, y se consigue a través de las donaciones de los fieles a los templos y a los monjes. En Potala también puedes ver una gran cantidad de reliquias históricas y escrituras sagradas para los budistas. Dentro los colores son el rojo, el blanco y el amarillo dorado, grandes tambores tibetanos cuelgan de los techos. Los aposentos privados del Dalai Lama permanecen intactos por la esperanza simbólica de un posible regreso, aunque no parezca muy probable. La visita lleva entre una y dos horas completarla debido a las dimensiones enormes.
La salida del templo se realiza por la parte trasera, mientras bajas los tramos de las anchas escaleras exteriores, vas parando para observar la panorámica de la ciudad nueva. En la parte más baja del templo los peregrinos que han descendido de Potala realizan sus plegarias en las Ruedas de la Vida que rodean el palacio. A menudo estas ruedas adornan los templos budistas, describen el sufrimiento y el renacimiento, se basa en la idea tan budista de la reencarnación. Contienen los textos sagrados del budismo tibetano y al girarlas, una vez más en el sentido de las agujas del reloj, los rezos son escuchados. Pasamos mucho tiempo observando a la gente, que con vestimentas tradicionales y entre murmullos continuos da vueltas a las ruedas, muchos peregrinos paran frente a pinturas de diferentes deidades budistas en la pared del templo. Allí realizan en actitud devota distintas ofrendas. Salimos y damos una vuelta por los alrededores, frente al palacio hay una gran plaza con un monumento homenaje a la libertad y a la lucha del pueblo tibetano.
Decidimos volver andando hasta la zona antigua donde tenemos el hotel, comemos algo de nuevo en el New Mandala restaurant y pasamos la última tarde en Lhasa disfrutando de la gente paseando por las calles sin un destino concreto.
SALIDA DEL TIBET
Nos levantamos muy temprano ya que el vuelo hacia Lijiang salía pronto por la mañana, desayunamos, bajamos las maletas y tras el check out nos despedimos con mucha tristeza de la amable gente del hotel, antes de irnos tuvimos que devolverle el permiso de entrada para que Norbu lo haga llegar a la agencia de viajes y ésta al gobierno chino. Nos hicimos unas fotos con el guía a la entrada del hotel para inmortalizar el momento. Cargamos los trastos y por fin nos subimos a la minivan, pronto nos damos cuenta de que se nos ha hecho algo tarde, hemos calculado mal el tiempo y vamos muy justos. Se lo hacemos saber a Norbu, que se lo comenta al conductor, y éste aumenta la velocidad y los “riesgos calculados”, tenemos cierta sensación de intranquilidad por el retraso que llevamos y la conducción, a pesar del madrugón nos es imposible dormir durante el camino hasta el aeropuerto.
Aprovechamos para solucionar el asunto pendiente de las propinas, ambos se muestran agradecidos tras recibirlas. Al final llegamos cinco minutos antes del cierre del vuelo, bajamos corriendo del coche hacia los mostradores de facturación, mientras el conductor descarga y entra las maletas. Las puertas de la terminal de acceso al avión están ya abiertas, por muy poco pero hemos llegado a tiempo. Nos despedimos por última vez de Norbu mientras recuperamos el aliento y nos incorporamos a la cola para dejar atrás el Tíbet.
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